Arq. Rafael Viñoly

A continuación compartimos, con la debida autorización del autor, las palabras que dirigiera el reconocido Arq. Rafael Viñoly a las autoridades nacionales para compartir su punto de vista respecto a la posible construcción de un puente sobre la Laguna Garzón y la afectación de la zona, entre otros aspectos que aborda la nota.

La construcción de la identidad nacional y la transformación del territorio.

Para entender las razones por las cuales la extensión de la ruta 10 hacia el este de la costa uruguaya es un error de enormes consecuencias ecológicas, económicas y culturales no hace falta más que visitar los desarrollos costeros en otras partes del mundo (los originales y sus peores imitaciones más recientes) que han seguido una estrategia de planeamiento guiada por la mera especulación inmobiliaria, sin una visión del futuro global del territorio nacional.

Esa estrategia se basa en la convicción de que el acceso más directo a una región turística aumenta la plusvalía de la tierra y justifica la degradación del ambiente natural, aun cuando este sea el motivo que genera su valor inicial. Esa degradación, que usualmente se trata de «mitigar» con los efectos anestésicos del «Paisajismo Artificial», es irrecuperable y usurpa las características geográficas y culturales de esa región.

La evidencia innegable de que esta estrategia de planeamiento produce esos resultados económicos inmediatos, no impide que sus efectos a largo plazo resulten en la reducción de su futuro potencial económico como región. Lo que es aun más grave es que cuando esa transformación se hace sobre modelos que contradicen las características naturales y culturales de esa región esta estrategia representa la colonización de su identidad geográfica y cultural.

Es imposible exigir del sector privado, (controlado por intereses que por definición son parciales), que tenga o que ejercite la prosecución de esta visión global. Es, sin embargo, la responsabilidad fundamental del sector publico definirla y mantenerla.

La construcción del puente sobre la Laguna Garzón es uno de esos eventos de significación geográfica que trasciende lo inmediato así como la falsa controversia entre partidarios del «desarrollo» y sus presuntos «opositores».

El desarrollo es una condición inevitable de la historia, una consecuencia de las leyes científicas de la Evolución y representa un motor de actividad económica fundamental para la evolución de un país.

El dilema que nos permite encarar el desarrollo de las nuevas Ciencias Ambientales y los avances en la teoría del Planeamiento Sostenible es cómo facilitar el desarrollo sin poner en peligro la fragilidad de nuestro ambiente natural; cómo asegurar que cada operación parcial mantenga un equilibrio estable dentro de una imagen general y fundamentalmente flexible de un futuro predecible.

Una conclusión directa de estos avances científicos y tecnológicos es que el desarrollo de costas marítimas vírgenes debe hacerse a partir de vías de acceso planificadas en forma puntual y no lineal. Es decir que el acceso a este tipo de costa debe hacerse por caminos secundarios perpendiculares a la misma, en vez de a través de una ruta que la sigue longitudinalmente.

Ésta es una conclusión que prácticamente no tiene oposición en los planos técnicos de nivel internacional. Este criterio de planeamiento además de remover el impacto del tránsito vehicular sobre el límite costero tiene la ventaja de permitir la regulación futura de la densidad y el carácter urbanístico de las regiones lindantes, controlando la evolución del valor de la tierra como función de su especificidad ambiental, en vez de dejarlo en manos del mercado inmobiliario especulativo.

La operación desregulada de ese mercado (como el de tantas otras esferas de la actividad económica recientemente) ha producido un daño más que significativo a la integridad paisajística y ambiental de la costa uruguaya.

La construcción del puente sobre la Laguna Garzón es completamente contraria a estos principios de planeamiento sostenible. El desarrollo al que pareciera servir en forma exclusiva, también lo es.

Lo importante en este caso es que esta intervención no implica servir a un solo proyecto individual, (aunque esto sea tan incomprensible como inaceptable) sino que marca el futuro del desarrollo de toda la costa del Este hasta La Coronilla.

Si el argumento a favor de la construcción del puente se basa en los potenciales beneficios impositivos de un municipio, es importante recordar que la costa es un bien público de nivel nacional que cumple una función estratégica en el futuro económico del Uruguay.

Si el Uruguay elije definirse ambiental y culturalmente como una reproducción tardía de lo que hoy es Miami, o la Costa del Sol, o como una copia de la ocupación aluvional de la costa de la provincia de Buenos Aires, la construcción del puente es completamente coherente con esa visión.

Si en cambio el país elije convertirse en uno de los pocos «Países Destino» en un mundo en crisis y permanente convulsión, en un lugar donde la seguridad, el respeto a la legalidad, la preeminencia de la sociedad civil y la protección ambiental sean los pilares fundamentales de su personalidad y de su imagen internacional; la preservación de sus características ambientales debe ser un objetivo político fundamental.

El Uruguay está hoy en una etapa de desarrollo que no es similar ni comparable con la de la Argentina o el Brasil. Nunca lo estuvo y siempre mantuvo, a través de su historia, una independencia de pensamiento que lo ha convertido en un ejemplo de responsabilidad social y democracia, aun en los más graves períodos de represión política o de depresión económica de la región.

No hay ninguna razón alguna para cambiar ahora esa actitud, que no sea la de ser concientes de que si los intereses ajenos a nuestra idiosincrasia son tan fuertes como para intentar cambiarla, es porque nuestra reconocida discreción y el respeto que sentimos por nuestro entorno natural tienen más valor que el que aparentemente le damos.

Rafael Viñoly