Aeropuerto Internacional de Carrasco

Esta propuesta edilicia y paisajística del Arq. Rafael Viñoly ha constituido uno de los edificios de nuevo cuño más emblemáticos del Uruguay contemporáneo.

Se trata de un caso de arquitectura compleja resuelto como una topografía construida, casi a modo de un gesto simple o diagrama materializado. Esta terminal se concibe como un gran contenedor en parte traslúcido, planteándose un suave techo de triple curvatura de unos 365 metros de largo y de un ancho máximo de 130 metros, cuyos extremos posan en el suelo. En su interior se desarrollan las distintas áreas semipúblicas, de partidas y llegadas, de control, comerciales, administrativas e infraestructurales.

Esta nueva terminal fue concebida como un portal del propio país, produciéndose cambios y juegos de escala. Por una parte se logró una gran simplicidad del conjunto que es ilusoria dada la complejidad y multiplicidad de un aeropuerto resuelto con gran virtuosismo. Por otra parte se destaca la aparente “expansión” del interior con su gran hall frontal y luminoso. Este última constituye una notable e ingenuosa manipulación del vacío interior. Se trata de un espacio “insuflado de aire” dentro de la delgada caparazón de la cubierta. A ello se agrega el recurso de una simetría primaria que se refuerza con la organización del espacio frontal de acceso y de estacionamientos vehiculares.

En especial, en su gran espacio interior, además de los lógicos espacios cerrados, de servicios restringidos y de control propios de los aeropuertos contemporáneos, se cobijan objetos, mobiliarios, balcones, miradores y espacios de vistas e islas de calma de gran disfrute. Tal es el caso de la terraza ubicada por encima del nivel de la salida y de las mangas telescópicas o hubs de conexión con los aviones. Dicha terraza se resuelve como un jardín interior y semipúblico con vista a las explanadas y pistas de aterrizaje.

Este proyecto para la nueva terminal del Aeropuerto Internacional de Carrasco constituye un edificio inevitablemente de clase global, a pesar de su formato medio, limitado a 45.000 m2 y a algunas pocas mangas. Ello se mixtura con dos guiños poéticos locales reconocidos por el propio Viñoli: por una parte, la suave topografía que sugiere una mítica duna de arena de la costa uruguaya; por otra parte, se pone en valor la práctica local aún persistente de la despedida y de la recepción de los amigos y familiares. Ello supone reconocer que el Aeropuerto de Carrasco fue, y sigue siendo, no sólo un intercambiador de pasajeros sino de afectos de un pequeño país. Por ello el valor de concebir estos espacios de encuentro y despedida como ámbitos amigables y con diversos umbrales.

En síntesis, esta obra destaca por su gran belleza, por su eficacia operativa y por su innovación tecnológica. En especial cabe destacar su gestualidad topográfica y paisajística, la elegancia de sus proporciones y la simplicidad y ordenamiento unitario de conjunto de un programa infraestructural y de servicios muy complejo. Tales valores le han valido múltiples reconocimientos internacionales a este edificio y a este gran arquitecto internacional. Pero esta obra es más que ello. Es una invitación a celebrar, aprender y disfrutar la buena arquitectura.