Compartimos las palabras de despedida del Arq. José Luis Olivera Vigliola.
Tarea difícil e ingrata tener que escribir un obituario. Falleció el colega Juan Carlos Siri Chapuis, un montevideano con carta de ciudadanía palomense, lugar donde formó su familia con Muriel, su esposa, y sus hijas Carina y Luciana, y dejó una proficua obra arquitectónica de enorme calidad.
Es curioso que, en el momento que me entero de su fallecimiento, la primera imagen que vino a mi cabeza fue la de sus manos. Manos de obrero, fuertes, curtidas de tanto trabajo, manejando con enorme habilidad cualquier herramienta que de pronto soltaba, agarraba un lápiz y, con la velocidad que hablaba, dibujaba sobre una tabla o cualquier superficie el producto de una imaginación prodigiosa.
Fue un arquitecto artesano o viceversa. Era mecánico, soldador, carpintero, apicultor, artista plástico… y un gran arquitecto. Hablaba con pasión a una velocidad que no alcanzaba a la de sus pensamientos, gesticulaba, se arreglaba el pelo eternamente despeinado, cebaba su mate gigante: todo casi simultáneamente, sin perder el hilo de la conversación.
Su casa siempre estaba abierta a las visitas. Hablar de Juan Carlos sin hacerlo de Muriel Cardoso (su inseparable esposa), fuente infinita de energía y creatividad, la más cálida y alegre anfitriona, recibiendo clientes, amigos, vecinos y colegas, para reuniones de la SAU Rocha… para ella también son estas líneas, porque nadie en La Paloma decía Juan Carlos sin decir “Juancarlosymuriel”. Fueron animadores infaltables de comisiones de turismo, de fomento escolar, liceal, del centro cultural, de clubes varios, de apoyo a causas sociales y un largo etcétera.
Hoy escribo estas líneas en el día de su despedida y, por más que el dolor predomine, no puedo dejar de ponderar una obra arquitectónica de alta calidad que marcó un antes y un después en La Paloma. La mayoría fueron viviendas de segunda residencia de pequeña y mediana escala, reconocibles a pesar de las muchas imitaciones que tuvo: todos copiamos algún artificio, sin llegar a lograr el acierto que él lograba.
Trataré de enumerar, no taxativamente, las cosas que siempre me gustaron de sus obras. Sus espacios interiores siempre sorprendentes, con desniveles y artificios que separaban/unían las distintas funciones del hogar. Sus transiciones interior/exterior con límites casi imperceptibles para acceder a los patios, tan creativos en sus materiales, en el diseño de su equipamiento fijo como en el acondicionamiento vegetal. Sus fachadas magistralmente compuestas, la materialidad lograda con la simpleza de los ladrillos “bolseados” blanqueados, el hormigón en su recia textura o realzado con barnices.
Los paños vidriados de curiosas dimensiones y proporciones, totalmente funcionales y manejados con maestría para lograr el acondicionamiento natural, y que funcionan como cuadros para descubrir paisajes insospechados. Los techos-jardín con agua o sin ella, que se transformaron en vergeles. Sus circulaciones/corredores con mágicas iluminaciones rasantes contra el piso. Sus baños sorprendentes. Sus ingeniosas estufas, simples a veces, escultóricas otras, pero siempre rupturistas, innovadoras. Y, por siempre, el manejo del oficio de arquitecto logrando obras magníficas con recursos económicos escasos.
El tiempo dará mejor perspectiva para valorar una obra extraordinaria que enriqueció a La Paloma de los últimos treinta años, pero que hoy no puedo dejar de evocar al amigo siempre alegre, verborrágico, vehemente, que tendió la mano a una parejita de arquitectos recién llegados, abriéndonos su hogar junto a Muriel y sus hijas.
Compartimos algunas imágenes de su obra: