Arq. Tita Rodríguez Goyeneche

Hacer una semblanza, tarea difícil para quien en estos momentos está sintiendo muy fuertemente que se va de viaje, transportado a otra dimensión, un gran profesional, un gran educador, un maestro pero, por sobre todo, una bellísima persona, un referente ético.

Partió, quiso partir, se dispuso a hacerlo, de la misma manera que vivió: con sincera humildad. No quería discursos: «no le avisen a nadie… no quiero imágenes, ni flores, ni hipocresías ni formalismos…».

Pero no estuvo solo sino rodeado de sus seres más queridos. Escuchando música hasta dejar de respirar… saboreando una cucharita de helado y, muy cerquita, el mate y los bizcochos.

No soy seguramente la más indicada para hablar de su aporte a la Arquitectura nacional. Eso lo dejaré en manos de los críticos especializados; pero sí quiero destacar que sus caminos fueron muchos y en todos dejó sus huellas y testimonio de vida. Trabajó con ahínco en el Ministerio de Transporte y Obras Públicas y ¿quién no conoce alguna de sus escuelas?; integró estudios profesionales donde su disciplina y método, en el contexto de trabajos siempre de equipo, le hicieron imprescindible.

Lo hizo en sus inicios con el Arq. Zamora (inaugurando una amistad que les une aún hoy), con mi padre Rodríguez Olivencia, con Domingo y Cocolito Correa. Con Reverdito, Gilboa, Bisogno, Daners y Chao. Se destacó en el Centro de Protección de Choferes y con Estudio Cinco fueron innumerables y conocidas las obras que marcaron rumbo en la disciplina, ya sea a través de los concursos ganados, como en la esfera particular del ejercicio liberal de la profesión y, a partir de ello, la construcción de su entrañable amistad con «el Negro» Rodríguez Orozco, quien lo acompañara hasta estos últimos días.

Fue un riguroso investigador en el Instituto de la Construcción y su casa en El Pinar el primer laboratorio de pruebas. Fue director de un grupo de viaje y siempre he sentido elogios para la idoneidad en sus análisis pero también para su espíritu indagador e incansable así como para su probado compañerismo.

Fue un extraordinario docente en el Taller Reverdito y no faltan aquellos que lo recordarán en ese perfil: «¡Qué bárbara la corrección del Juano!».

Fue asistente académico en la Facultad de Arquitectura de la UdelaR y, junto a Lachinián, los fuertes del equipo del «Tano». Integró la lista de jurados de SAU y, en la medida de sus posibilidades, aportó su esfuerzo participando de diversas comisiones, tanto en el gremio como en los órganos del co-gobierno de la Facultad. Y, ya veterano, se prestó siempre para apoyar a colegas más jóvenes integrando listas, allá por el final, en las que descubrir su nombre era para muchos una garantía más que suficiente.

Fue siempre un comprometido, con la vida, con las ideas, con las utopías que permiten soñar. Un apasionado.

Por eso, fue también diseñador de tejidos en lana, carpintero de muebles que aún hoy están en uso. E inclusive, me viene a la memoria que temporalmente aportó su espíritu creativo en los exquisitos postres de la Mallorquina: sibarita para las comidas, le encantaba crear cocinando así como descubrir nuevos sabores.

Apoyó siempre a sus hijos en emprendimientos productivos y comerciales, ayudando con su visión, sus estudios y sus descubrimientos, y también arriesgando sus propios recursos económicos.

Nunca se guardó nada. Lo dio todo.

Con su compañera, por más de 70 años, construyó una hermosa familia: 6 hijos, 16 nietos y 8 bisnietos, y a todos ayudó a crecer y a creer en el futuro.

Fueron 90 años de siembras que valen para honrar la vida. Y Hugo supo hacerlo así: sin bombos ni platillos.

Y finalmente, se empeño en partir también así: con la serena convicción que da el saber que cumplió con su destino, destino de grande, de grande de verdad. Y lo digo no sin pensar que estas palabras serían para él un abuso de mi necesidad de tener que escribir lo que me han pedido los compañeros de SAU: ¡perdóname Hugo, tío querido, por esta infidelidad!

A salvo de ello, digo que para quienes tuvimos el privilegio de estar más cerca, así como para todos los que puedan compartir, esta semblanza el desafío es recordar: aprender y continuar el camino trazado.

Arq. Tita Rodríguez Goyeneche