Arq. Conrado Pintos

Otra vez una operación destinada a enriquecer a un promotor empobrece al colectivo y una vez más una iniciativa prescindible supone la desaparición de un ejemplo de calidad.

Otra vez se mutila el legado de Román Fresnedo Siri, uno de nuestros más brillantes arquitectos y —tal vez resulte eficaz apuntarlo en estos tiempos de militante cholulismo cultural— el primero en ganar un concurso internacional (para el caso la Organización Panamericana de la Salud en Washington).

Otra vez una lección de arquitectura se transforma en escombros. En pocos días, un vacío vallado suplantará a las estupendas casas siamesas que Fresnedo diseñara en 1946 para las familias Martirena-Dighiero en la Avenida Ponce.

Tal vez, aunque la estadística no alimente el optimismo, allí se construya un edificio de gran calidad arquitectónica. Más difícil será probar que tenía que ser allí, que había que suprimir lo que se suprime para alumbrar algo que pudo nacer en otro lado.

Una menos: poco a poco la obra de Román Fresnedo se mutila, se deforma, se desnaturaliza.
Molesta reconocerlo, pero la propia Facultad de Arquitectura inauguró la serie con una ampliación del ala sobre Bulevar España realizada de forma tan textual e inocente que redunda en una curiosa fachada tartamuda con dos remates.

Más grave, mucho más grave, lo del Sanatorio Americano. También aquí la prosperidad empresarial acarreó —de manera obviamente evitable— un daño difícil de calibrar: una serie de operaciones desaprensivas ha hecho desaparecer el protagonismo del jardín interior, verdadero corazón del proyecto (como lo es el patio en la Facultad de Arquitectura). Que se entienda: no se suprimió unos metros cuadrados de vegetación, lo que se amputó fue la posibilidad de contemplar un espacio bellísimo y calmo en medio del sufrimiento. Ahora pacientes, acompañantes y trabajadores estarán un poco peor. Alguien debió recordar que la diferencia entre una situación y otra es la razón de ser de la arquitectura.

En pocos días seremos más pobres. Tendremos un poco menos de pasado y seguiremos sin desear futuro.

Porque no se trata sólo de la ignorancia, la indiferencia, el crudo cálculo económico o el miope cálculo político que impide ver o aconseja callar: se trata del desamparo cultural en que se halla nuestra arquitectura.

No sólo toleramos la destrucción, no sólo renunciamos a reparar, a recuperar lo que la garra torpe desnaturalizó (¿cómo hacerse el distraído ante ese engendro en que se transformó la Solana del Mar?), sino que nada hacemos por promover la buena arquitectura.

Las artes visuales, la literatura, la música, el cine, el teatro entre otras manifestaciones creativas son objeto de crítica, de reflexión, de premios y castigos y sobre todo de estímulos.
Nada de esto sucede con nuestra arquitectura. Mutilamos el pasado y, descuidando el presente, degradamos el futuro.

El patrimonio cultural de una sociedad no es una serie de reliquias que, alegremente embanderadas, veneramos el último domingo de setiembre. Es la acumulación de todo aquello que una cultura produce de manera firme, paciente y sostenida.

Es el coraje de innovar y la decisión de conservar.

Es también la indignación ante el incontenible avance de lo banal pisoteando torpemente la sabiduría que otros construyeron.

Arq. Conrado Pintos (1)

(1) El arquitecto Pintos es Profesor Titular de Proyecto en la Facultad de Arquitectura (UdelaR) y miembro de DOCOMOMO-Uruguay, organismo abocado a la documentación, difusión y preservación del patrimonio arquitectónico moderno.